Ramón Jáuregui
En política lo que convierte el error en fatalidad es persistir en él. El papel que publicó el lehendakari Ibarretxe como propuesta-temario de su visita al presidente del Gobierno es la versión actualizada de su viejo plan, ya rechazado por el Congreso de los Diputados y relativamente derrotado en las elecciones vascas de 2005.
En aquél, bajo la apariencia de una reforma estatutaria, se proponía un modelo de asociación voluntaria de Euskadi a España, que, desde la soberanía originaria vasca, proponía una especie de Estado Libre Asociado (modelo Puerto Rico, se decía). En éste, la clave es que se reconozca el derecho del pueblo vasco a decidir (eufemismo que esconde el derecho de autodeterminación de Euskadi) y que se incorpore después al ordenamiento jurídico constitucional y autonómico. En ambos casos, el objetivo es el mismo: dar un salto desde el autonomismo constitucional a un soberanismo de corte confederal, para avanzar hacia la creación de un Estado independiente cuando haya una mayoría social que así lo avale.
¿Por qué es un error? No sólo porque no cabe en nuestra Constitución. Con ser un argumento concluyente, siempre me ha parecido insuficiente. Caber, podría caber en su reforma, pero debería ser asumido y aprobado por todos los españoles porque también a ellos les compete y les afecta. Sobre todo, es un error porque tal proyecto puede quizás corresponder a una tercera parte de la población vasca, pero violenta las legítimas opciones identitarias autonomistas y no nacionalistas del resto del país. Bien puede decirse que la propuesta Ibarretxe II es la ensoñación nacionalista de la mítica Euskal Herria que, legítimamente, defienden algunos, pero en absoluto representa el consenso en el variado abanico identitario de los vascos. Es más, entre los muchos fracasos que la historia atribuirá a este PNV que dirige el lehendakari Ibarretxe, no es el menor su falta de respeto a la pluralidad política de los vascos y su notable incapacidad para vertebrarla. Para, en terminología nacionalista, hacer país y avanzar en la construcción nacional de una comunidad. Hoy hay dos, y si me apuran hasta tres, según como las miremos.
Tras casi 30 años de autogobierno, las fracturas lingüísticas, territoriales, partidistas y sociopolíticas del País Vasco están descosiendo las costuras de un traje ilusionadamente tejido y en el que creíamos caber todos.
¿Y por qué es una fatalidad? Porque, aun sin pretenderlo él, esa estrategia del lehendakari es utilizada por los terroristas para dar la cobertura ideológica y argumental a su violencia. El lehendakari quiere y busca la paz, por supuesto. Es más, estará convencido de que su fórmula deja a la violencia sin argumentos y sin reivindicaciones, además de resolver el eterno y etéreo conflicto vasco. Pero es necesario que reflexione sobre los perniciosos efectos que produce generando esta dialéctica extremista con el Gobierno de España, al que coloca, cuando niega sus pretensiones, en el lugar ideal que quieren los terroristas, es decir, en su argot, “aplastando las ansias de libertad del pueblo vasco”.
No estoy especulando. La semana pasada, elmáximo dirigente de Batasuna en Francia compareció como testigo en el juicio que se sigue en París contra el que fue máximo dirigente de ETA, Fernández Iradi, Susper. Dicen las crónicas que, preguntado por el presidente del tribunal si el combate de ETA era compartido por la población vasca, Xabi Larralde, que así se llama el dirigente, trajo a colación el plan Ibarretxe y, tras recordar que la iniciativa recibió a finales del 2004 un “no categórico” en Madrid pese a ir refrendada por el Parlamento de Vitoria, señaló que José Luis Rodríguez Zapatero acaba de reiterar que “la consulta es ilegal al no estar contemplada por la Constitución española”.
Los nacionalistas suelen decir, ofendidos, que la violencia no puede limitar sus legítimas reivindicaciones. Yo creo que por lo menos debe condicionarlas a un tiempo de paz, porque no pueden ser ajenos al hecho de que nos matan a los demás precisamente por ellas. ¿Es ésa la misión del PNV en estos momentos? Imaz, en un reciente artículo, reclamaba para su partido una misión principal: deslegitimar la violencia. Azkuna, alcalde de Bilbao, también lo decía el pasado sábado: “Lo prioritario en este país es acabar con ETA”.
Después de la ruptura de la última tregua, conocidas las intransigencias de los terroristas, acreditada sumafiosa costumbre de negociar su final con la presión de las armas… ¿tiene algún sentido mandar un papel al presidente del Gobierno de España con un primer punto que reivindica el diálogo con ETA? ¿Favorece el final del terrorismo escenificar, con buscado victimismo electoralista, un portazo de Madrid a un plan como mínimo discutible? No nos merecemos esto.