Paraísos fiscales: el infierno

Autor: xavier fidal-folch
Font: el país
Publicat el: 30 de Juliol de 2009

¿Por qué los paraísos fiscales son un infierno? Porque atraen a evasores de impuestos en sus países de origen, reduciendo en éstos la recaudación, que debe recaer entonces sobre los paganos habituales.

Y porque han sido y son protagonistas indispensables de la actual crisis financiera internacional: acogieron y acogen a una banca en la sombra y sin control, que distribuyó las hipotecas y otros activos tóxicos empaquetados y disfrazados por la gran banca de inversión, que acabó en la quiebra y requirió el rescate ¡a cargo de los contribuyentes! Sin contar los casos de lavado de dinero supersucio (de la droga, trata de blancas, de armas y demás lindezas).

Los 40 potentes minienclaves semifeudales, rocas coloniales y Estados transfiscales absorben 8,2 billones (con b) de euros de particulares, que generarían 178.000 millones en impuestos, según Tax Justice Network. El 13% del PIB mundial, estima la OCDE. El último G-20 dio en abril la señal para reconducir su triángulo evasión fiscal / secreto bancario / ausencia de supervisión financiera, hacia un intercambio de información con las Haciendas vecinas. No acabó con ellos, pese a proclamar que “la época del secreto bancario ha terminado”. Los empuja sólo a reformarse un poco, ergo los legitima, alegan críticos radicales como Juan Hernández Vigueras (Al rescate de los paraísos fiscales: la cortina de humo del G-20, Icaria).

Quizá no es bastante, pero sí mucho. El primer ministro de Andorra desde el pasado día 5 de junio, el joven socialdemócrata Jaume Bartumeu presenta hoy al Consell General (Parlamento), el proyecto de ley que levantará parcialmente el secreto bancario. Es el trampolín para sacar por siempre al país pirenaico de la lista de sospechosos, y seguirá con la firma de varios convenios de doble imposición. Forma parte de un paquete de medidas que abarca pagar impuestos en serio por vez primera: sobre las rentas bancarias del capital; sobre beneficios empresariales; sobre el consumo (IVA); sobre las rentas del trabajo superiores a 35.000 euros (un tipo del 10%, de momento).

Cuando culmine esas tareas, a final de año, el cap de Govern pedirá a Bruselas un ambicioso acuerdo de asociación, que supere la reticente y fragmentaria cooperación actual, tan miserable que no da ni para reconocer los títulos académicos. Un diseño apasionante, que puede rastrearse en el texto de los profesores Vilà y Clavera Andorra i Europa, el canvi necessari (Edicions del GPS).

El cambio andorrano es una revolución tranquila. Empezó en 2001, cuando el hoy primer ministro ya propuso la “herejía” de pagar impuestos: alcanzó 4 escaños, de 28. En 2005, ya con 12 parlamentarios, insistió en la reforma fiscal y lanzó la idea de la asociación con la UE. Hasta el pasado 26 de abril, en que logró mayoría suficiente (14).

¿Por qué esa peregrinación? Internamente, porque “la gente tenía miedo de los impuestos directos, pero vio cómo proliferaban los indirectos”, recuerda. Y gracias a presiones externas, que ilustran la interrelación entre el mundo global y el local, lo glocal. En torno a la cumbre del G-20, Nicolas Sarkozy amenazó con abdicar como copríncipe si Andorra no se ponía las pilas, amenaza que encajaba con su estrategia de abanderar una supervisión financiera mundial. Liechtenstein quedó despanzurrado como escondite de fortunones alemanes. El andorrano común escuchó, vio y pensó que el tozudo Jaume debía tener razón. Le votó. Hoy Andorra empieza a salir del secular falso paraíso. Le queda un intenso trecho hasta la modernidad.

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